Construyendo la vida en cada bocado

(Por: Eva María Chang)

Acaba de pasar una de las épocas más emocionantes del año. No importa si celebramos el nacimiento del Señor Jesús o no, diciembre tiene como característica una conexión de sentimientos, emociones, pensamientos y actitudes en todo el mundo. Aunque el diciembre de hoy es diferente al de antaño, y las tradiciones se transforman con cada generación, hay algo que permanece siempre igual, la comida.

¿Quién no espera comerse una buena torreja o un nacatamal de cerdo? ¿La pierna de cerdo ahumada, con su característico sabor dulce, con un sutil gusto a clavo de olor y pimienta negra? Pollos con un delicioso relleno con pasas y aceitunas. Las papas que son tan versátiles que nos permiten crear los más deliciosos acompañamientos, como ser, un puré, que puede variar desde su textura hasta el sabor dependiendo de los ingredientes con que lo sazone. Papas rellenas, papas gratinadas, papas fritas, ensalada de papas, papas al horno o simplemente una papa cocida con una rica salsa por encima.

Podría continuar en un interminable repertorio de delicias, sobretodo de las que forman parte de nuestra variada y exquisita gastronomía catracha. Sin embargo, lo que quiero resaltar de todo esto, es la participación que la comida siempre tendrá en nuestro día a día.

Dicen por ahí que podemos estar hasta 60 días sin ingerir alimento. Pero seamos sinceros, con solo un día que pasa sin que comamos, ya nuestro cuerpo empieza a resentirse, y deja de funcionar adecuadamente. La comida es nuestra gasolina. Cada cosa que comemos o bebemos, contribuirá al buen desempeño de nosotros mismos.

No obstante, lo maravilloso de comer, es que, aunque pudimos haber sido creados solo con algún mecanismo de engullir alimentos, de la misma manera en que solo le ponemos gasolina al carro, por dicha, fuimos dotados con al menos diez mil papilas gustativas, ligadas al olfato, así que con solo el olor de una comida, somos incitados a probarla o rechazarla. ¡Y todo esto, ligado al corazón! Y es así como el comer, no solamente en algo necesario para sobrevivir, sino uno de los placeres más grandes de la vida. ¡Tan bueno es nuestro Creador! ¡Se aseguró que disfrutáramos el mantenernos vivos!

Leía unas cartas de niños describiendo lo que para ellos es la Navidad. Felices y expectantes de compartir con familia y amigos, de los estrenos, de los regalos, de las decoraciones, las luces, el árbol… Pero lo que no faltaba, era el recuerdo de las comidas tradicionales de esta época. “¡Mi mamá prepara unos nacatamales deliciosos!” “¡Me gusta ir a la casa de mi abuelita porque siempre tiene torrejas!” “¡Mi mamá ya va a empezar con los preparativos para la cena del 24, y a mí me gusta ayudarle!”

No importa cómo nos crecimos, los olores y sabores de la cocina de la abuela o de mamá, siempre nos traerán recuerdos de momentos vividos. La comida nos conecta con la vida. Ya sea en momentos especiales que nos marcaron, o en lo cotidiano. Por eso es que los domingos pueden ser especiales, porque esperaba los panqueques con miel y mantequilla de la abuela, o el olor a tortillas recién hechas que tentaba a comerse una, ¡a veces simplemente con un poquito de sal!

Si hay algo que disfruto hacer es cocinar. No sé exactamente donde adquirí el gusto para hacerlo. Pero creo que tiene que ver, con que me gusta disfrutar de lo que como, y me gusta ver que otros también lo disfrutan. No es lo mismo sentarse a comer un “sándwich”, a comerse un sándwich de pollo bien sazonado, asado a la plancha, cortado en pedazos del tamaño perfecto para cada mordida, en un sabroso pan de especias levemente tostado, con diferentes tipos de quesos derretidos y aderezado con una salsa barbacoa y mayonesa, y tomates y lechuga fresca con una pizca de sal. Y si lo desea, puede agregar cebolla, caramelizada o cruda o en vinagreta, aceitunas y hongos. Y todo esto, ¡en un sencillo sándwich!

El comer y el cocinar es parte de nuestra vida. Compartimos en la mesa como en la cocina. Transmitimos conocimientos, sentimientos y años de tradiciones a través de la cocina. Me gusta cuando mi hija me ayuda en la cocina, y se pone a imaginar a sus propios hijos haciendo lo mismo con ella. Enseñando. Compartiendo. Y al final, terminamos disfrutando, no solo el sabor de la comida, sino también, ¡el sabor mismo de la vida!

Y aunque ya diciembre terminó, y hoy estamos en los pininos de un año recién estrenado, el comer, y comer bien, seguirá siendo parte de todo lo que hagamos. Sea que necesitemos ponernos a dieta, el año avanza, y con él siempre vendrán fechas especiales, momentos de celebración, tiempos para compartir con otros y días que no podemos dejar pasar como si nada. Y en todos, sin ninguna excepción, no puede faltar la comida.

Recuerde que la comida, sin ser la protagonista, será la invitada agradable y necesaria en casi todo tiempo. Así que, de ahora en adelante, no dé por sentado lo que come, ni lo que da de comer a otros. ¡Haga de este nuevo año toda una experiencia culinaria! Si ya tenemos que alimentarnos, entonces ¡Disfrutémoslo!

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